domingo, 20 de mayo de 2012

Ella, yo y el... ¡TILÍN!


                                           Era una conversación normal...




No hay más cacao en este río, pero la batuta sigue escupiendo.


Su saliva se hacía esquiva en el viento, escondiéndose tras las nubes para no ser arrastrada.


Las nubes se quedan sin algodón, la batuta lubrica demasiado.


Se humedeció tanto que sus arrugas se hicieron grietas donde comenzaron a brotar chirridos y gemidos.


Los gemidos despiertan a cualquiera, dejan sin hogar a los hongos subterraneos y sin trineo a los obreros.


Obreros que tienen que caminar con pies desnudo sobre la nieve, haciendo de sus fémures astillas heladas.


Fémures sin sonrisas a las cual enamorar a un ciego, y sin endes donde enterrar a sus pequeños demonios endurecidos.


Cadáveres qué de tanto esperar se hicieron piedra, piedra que no dejaban escapar al alma furtiva de las 4 paredes.


4 paredes que tiene 2 hermanos, hermanos picados por la mitad para ser regalados a retoños huérfanos. 


Retoños que se cansaron de florecer a los ojos de nadie, en las ojeras de una luna que tuvo que trabajar varios eclipses extras.


La luna cansada, los eclipses no la dejan tomarse un capuchino, hecho con los ojos de una sombra ebria.


Aquellos ojos que fueron arrancado por un cuervo que vestía las pieles de madera de un sauce erizado.


Ese cuervo, que colecciona ojos, los guarda en un frasco y les pone nombre, también le da uno cada año a su mamá para hacer la cena navideña.


Su madre ya no sabe que hace con tantos ojos tiene millones de collares, uno más, uno menos, cada vez que le dan ganas de merendar.


Usa los collares que le sobran, para ahorcar cada rosa que pase virgen frente al arroyo.


Collares hechos de sesos de moscas y algunas mariquitas que pasan por su tenebrosa vista.


Mariquitas que en el fondo solo son vaqueros con ángeles colgando.


Ángeles que cayeron de la sombra de una nube, cayeron desde el infierno como estalactita ascendente.


Como una estalactita que no mientes, de esas musicales, que solfean las líneas de la autopista.


Autopista llena de estrofas inconclusas haciendo fila para ser terminadas en la partitura de alguna opera que desgarre tímpanos. 


Alguna opera, alguna. Lo que no sabe la estalactita, es que todas las operas siempre te desgarran algo, lo que sea, hasta una lágrima.


Lágrimas que al ser desgarradas dejar ver petalos muertos en su interior.


Muertos, pero nunca sin alma. Así decía la cuerda de la esquina, la suicida.


Aquella que aunque siempre tenía la última palabra prefería guardarla en sus bolsillos.


Bolsillos con pequeños agujeros, en la frente, en la entre pierna, en la envergadura, pero nunca en el corazón. No tienen.


No tienen permitido sentir, latir, expresarse. Únicamente guardar cosas más vacías que su propio pecho.


¿Vacías? Se entiende bien. Vacío. Así lo define el silencio, como nada. Pero el vacío siempre anda lleno de algo, desbordandose, igual que la nada y el silencio. Pero no hablemos de TODO, o SIEMPRE. Esas sí que andan vacías.


Porque solo son palabras, palabras cuyo significado es tan abstracto que está en cada pared del museo de Louvre.


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HDNAMSDNHASJKFNASJKFAS D:


HDNAMSDNHASJKFNASJKFAS D:. Era lo único que entendía de cada pintura, se entiende bien lo sin sentido, dijo el rinoceronte.


Lo interpretaba con una risa abstracta sin significado o quizá con un significado tan oscuro que nuestro racismo no los deja identificar como humor negro, dijo el Cuervo.


El cuervo sabe de risas abstractas y de humores negros. No conoce a los blancos, ni a lo normales, pobre puberto del mapamundi. 


Tan puberto que dejó de ser cuadrado y se encerró en su posición fetal. Pobre circulo vacío y tan lleno de gente.


Gente, nunca pudo entender de donde salió la gente, pero si sabe donde muere, donde la despluman y cocinan sus organos sexuales para hacer pianos.


Clítoris a cada costado, lo que explicaba ese sonidos tan suave y a la vez grave que se hace al tocar un órgano.


Mientras una cabra toca el organo, una mujer gime al sentir su clitores dar vueltas.


Clítoris que daba vueltas como las manecillas de un reloj en retroceso que la devolvía pasionalemente a su niñez intranquila bajo el cuero del tambor.


Una hormiga ha costruido una choza, allí, bajo el cuero del tambor, tiene 7 hijos y se ha comido 8. 9 de ellos, fetos aún.


Y es que en su cabeza todo era tan incoherente que tenía sentido, al menos uno. Creo que era el del gusto de comer a sus crías antes de siquiera parir.


Más que un gusto, era una tradición familiar, de 9 sobreviven 10, pero solo vive 1, el sobreviviente también muere. Ella tuvo la suerte de no ser sobreviviente, sino ser vida.


Servida allí dentro del tambor, pisoteada por aquellas notas retumbantes que hicieron estallar su cerebro dejando miradas por doquier.


Las miradas son las raices del cerebro, pero no su fruto. Todo el tambor lleno de incoherencias y trasmutaciones, retumbando cada cincel que por ahí danza.


Cincel que sin necesidad de ser martillado quebraba aquel cuero como si fuese el sonido de un violin mal entonado. ¿Sonido u olor? Ya no podían distinguir sus sentidos ya que el hedor de sus axilas le enceguecía.


Axilas voladoras.


Viajando en arpegios hediondos.


Con algunos hongos de adorno.


Muertos en alguna espinilla, colgando de los vellos axilares.


¿Muertos? Más bien desmayados, un edor sobrenatural, un poco más humano.


¿Desmayados? No podían distinguir si estaban en una axila o un trasero, quizá eran los pelos del culo.


Pelos en onda, porque se iban, se iban demasiado.


Se iban y no volvían eran palíndromos sin regreso, boomerangs por la mitad.


Palíndromos eran al verse al espejo.


Espejos que al reflejar tal desgracia se rompían para no dejarlos volver.


Quedaban del otro lado, absorviendo entonces a cualquiera que se reflejase, hasta en un pozo de agua.


Y pronto los astros del universo se quedaron sin reflejos, la tierra se llenó de mares negros.


El señor de las olas lo sabe bien, siempre se queda sin colores, siempre los tiñe del mismo color.


El único color que puede arrancar al arcoíris después de cada lluvia, ya que cuando llueve solo se inspira en dormir.


En dormir, porque los colores cansan. Él los prefiere neutros, sin vida.


Por eso disfruta de las noches donde se hacen perpétuo el negro azulado de si mismo.


La noche, no es más que un botella mal cerrada. Lo sabe.


Con una simple atadura de liga que se desprende a las pocas horas, y esos ilusos le llaman amanecer.


Amaneciendo de puntitas con jorobas de colibríes.


Colibríes que viven camuflajeados en los arbustos ocultándose de los rayos que penetran su morada.


Su morada tiene más ladrillos que color, bien lo sabe el sushi de caparazón.


Ese sushi que dentro de su caparazón tiene un completo fen shui lleno de piedras preciosas y algunas algas.


No hay algas que se comparen con los pies de calamardo.


Solo bob esponja se hubiera dado cuenta de tal cosas, él y sus momentos beliebers.

Dígalo ahí, Selena.

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